Autora: Cristina Rubio
LO QUE VIVIMOS es una elaboración mental de la realidad.
LO QUE VIVIMOS depende más de cómo elaboramos nuestro mapa mental qué del territorio “real” en sí mismo.
No aprendemos a tomar decisiones sobre el principio de que EL MAPA NO ES EL TERRITORIO y de hecho la mayoría de nosotros ni siquiera tenemos conciencia de ello.
Fuente: Paper Art + Illustration Hollie Chastain – http://www.holliechastain.com/
A nuestro cerebro llega continuamente gran cantidad de información que necesitamos filtrar porque de otro modo seriamos inoperantes y el modo en que organizamos los datos, a través de nuestros sentidos, educación, cultura y experiencias, nos permite controlar una ínfima parte de la realidad; como consecuencia caminamos por la vida a menudo tuertos y en ocasiones hasta ciegos.
La gran aliada para vencer la tozudez de nuestro subjetivo mapa mental, se llama empatía y se invoca, bien saliendo de nuestro castillo amurallado y explorando como se ve la vida desde la perspectiva del otro, bien abriendo las puertas de nuestro baluarte ayudando así a los demás a comprender nuestra posición.
Dejadme compartir con vosotros la historia de dos anónimos para ilustrar cómo puede ayudar la empatía a tomar conciencia de las limitaciones de nuestro subjetivo mapa de la realidad:
Recibiría a Elvira sin ganas. Aquella reunión era un puro formalismo y ambos lo sabíamos. Mi misión era cerrar el círculo. Probablemente un círculo vicioso desde su perspectiva; un círculo viciado desde la mía. Sin embargo, no quedaba otro remedio que pasar por el trance indeseado. Su partida era inminente y su decisión irrevocable.
Aquella mañana, un par de horas antes de mi desagradable cita, entró en mi bandeja de entrada el imprevisible correo electrónico de un antiguo colaborador, “Gracias por tu tiempo” rezaba el asunto del mismo. ¿Gracias por mi tiempo?, me pregunté desconcertado y continúe leyendo:
Estimado Alfonso,
Hace algo más de diez años tuvimos ocasión de trabajar juntos y, aunque nuestra relación no era directa y apenas coincidíamos, guardo un cálido recuerdo de mi estancia en la organización gracias a la entrevista de salida.
Fuiste muy directo en tus preguntas, respetuoso con mis razones y algo seco en tus observaciones, de manera que mi ánimo se reflejaba en el tuyo, y yo también fui directo, respetuoso y seco en los primeros momentos.
Nada presagiaba que durante aquella conversación cambiaría tanto mi modo de sentir, pero así ocurrió. ¿Lo recuerdas?
Llevábamos cerca de media hora con tus averiguaciones y mis respuestas cuando, aconteció lo inesperado, comenzaste a llorar. Llorabas, y lo hacías desconsoladamente, sin mediar palabra, con la mirada perdida hasta que cubriste tu cara con las manos. Yo me quedé petrificado.
Tú seguías llorando. Repasé cada instante de los minutos que precedieron a tu mar de lágrimas en busca de una pista que me revelara la razón del estrépito. Nada, no encontré nada. Pese al fracaso en mis pesquisas, sentí de algún modo que el camino se iluminaba y decidí continuar buceando en lo que sentía.
Liberaste tu cara de la sombra enganchando tu mirada en la mía para agradecer mi silencio y lentamente sacaste una fotografía amarillenta del bolsillo interior de tu chaqueta, -era mi abuelo-, dijiste mientras me acercabas aquel trocito de papel gastado por el tiempo. Tomé el retrato, asentí con la cabeza que entendía lo que me decías y al tiempo que esbozaba una tímida sonrisa, comenté – te pareces a él.
Guardaste la fotografía, secaste tus ojos y tu nariz sin reparar en protocolos y ajustaste con mimo el nudo de tu corbata.
-Te agradezco el compromiso y entrega que has demostrado durante estos cinco años en la compañía- proclamaste tras un carraspeo inicial- pero, pero… -dubitativo dejaste caer un puño sobre la mesa y continuaste- …es que te lo agradezco de corazón. Sé organizar, ordenar, gestionar, pero no agradecer. Justo antes de que entraras me han dado la noticia del fallecimiento de mi abuelo, te he recibido entendiéndome capaz de postergar mi dolor, obvio que no ha sido así, y tú me has dado una lección que jamás podré olvidar. Con una gran generosidad me has descubierto lo sencillo y dichoso que resulta dar las gracias cuando se siente de verdad- y yo sentí que hablabas sinceramente.
Hasta aquí, es posible que recuerdes con detalle lo acontecido pero lo que seguramente ignoras es que yo aquel día entraba en tu despacho iracundo y vengativo, receloso hasta de tu respiración, y abandoné el despacho lleno de satisfacción por haberte sido leal, reconciliado con mi experiencia en la compañía y lo más importante, orgulloso de ti.
Yo también aprendí una gran lección, una que me ha acompañado hasta el día de hoy, en el que preparando el discurso de apertura de mi primera convención anual, como Director General, me he dado cuenta de que mi lista de agradecimientos debía empezar por ti.
La gran lección que aprendí de ti aquel día es que “nuestro mapa del mundo es solo una interpretación de la realidad, en ningún caso la realidad misma y por lo tanto si deseamos comprender a los demás debemos aprender a leer el camino, también, en otros mapas”.
Y eso es todo Alfonso, gracias por no haberme privado de aquella entrevista, esa que, erróneamente, creí de antemano inútil.
¡Gracias por tu tiempo!
Un abrazo,
José María
Llegó la hora. Recibí a Elvira con entusiasmo. Había pasado el resto de la mañana preparando mi reunión con ella, aún teníamos una posibilidad y al menos yo lo sabía. Mi misión era ampliar las caras del poliedro, aprender de su experiencia, entender las razones y brindar respuestas útiles, todo menos cerrar el círculo. Quizás podría conseguir postergar su decisión de marcharse de manera indefinida.
Mi queridísimo José María,
Me siento profundamente agradecido por tu mensaje de esta mañana. Con él has conseguido que sacudiera de nuevo mis telarañas emocionales, y justo a tiempo de no perder a una de las mejores colaboradoras que tengo.
Por lo que me cuentas comprendo que el joven audaz y generoso de hace diez años se ha convertido en todo un ejemplo de liderazgo y este abuelo de la gestión humildemente se atreve a proponerte vernos para que me pongas al día de tus logros y guíes mis pasos para aprender a compartir mapas que aumenten el territorio conocido.
Has abierto una puerta de mi castillo que jamás deberá cerrarse de nuevo.
Ah, se me olvidaba, ¡gracias por tu tiempo!
Un abrazo,
Alfonso
El viaje hacia la empatía fue el que, con suerte, realizaron los protagonistas de la historia que he compartido hoy con vosotros, Alfonso y José María. El mismo viaje que podemos realizar con destreza cada uno de nosotros si nos abrimos a la experiencia de aceptar que nuestro mapa de la realidad no es el territorio.
Esta travesía de apertura y experiencia será uno de los episodios que viviremos el próximo 11 de mayo en Madrid durante la celebración del primer #DesafíoGeneracional promovido por mYmO y en el que tengo el privilegio de participar con tres extraordinarios profesionales como lo son Eleonora Barone, Laura Echevarrieta y Juan Gadeo.
Si quieres descubrir cómo afrontar los retos a los que nos enfrentamos en las organizaciones para hacer convivir con eficacia los mapas mentales de hasta cuatro generaciones diferentes no puedes perderte participar en el #DesafíoGeneracional. Mira a ver cuándo es el próximo formato Open o pide cita para que te visitemos en tu empresas para un Desafío Generacional In Company.
Te esperamos!!!
4 comentarios
Una historia preciosa para explicar un gran concepto. Seguro que la reunión del 11 de mayo será un éxito. Felicidades por adelantado :-)
Hola Edita,
grata sorpresa encontrar tu comentario;-) Muchas gracias y Feliz día. eleonora
Unas historias llena de lecciones que deberíamos aprender. “Empatia” dar al otro lo que quieras que te den a ti , Gracias por vuestro tiempo. Un abrazo
Desde luego una historia que podría ser perfectamente real y que nos apoya en la visualización de la importancia de la empatía. Gracias por comentar Marina. Feliz tarde;-)