Aunque normalmente presento a otros integrantes de mYmO en estas líneas, hoy me toca a mí escribir mi experiencia. Soy Raquel, tengo 26 años, pertenezco a la generación millenial, aquellos que nacieron entre 1980 y 1995 aproximadamente, y soy una de las integrantes junior del equipo. En este post describo mis experiencias y las de mi generación, mis miedos y mis alegrías. He leído mucho para documentarme sobre este post, y a veces me da la sensación que los que escriben sobre mi generación no pertenecen a la misma. En este caso, es una integrante de esa generación la que escribe sobre los millenials, la generación que tiene la responsabilidad del futuro en sus manos.
Uno no escoge la época en la que nace, pero de forma inherente se siente orgulloso de ella, igual que el patriota siente amor por su país. Yo no soy una excepción. Nací a finales de noviembre del 89. El muro de Berlín caía casi a la vez que mi madre salía de cuentas. Llegué al mundo cuando un orden mundial se terminaba, cuando un episodio histórico se cerraba y cuando el planeta empezaba a cambiar y a convertirse en lo que es ahora.
Como yo, otros de mis compañeros de generación llegamos a un mundo cambiante del que cada vez tenemos más que decir y para con el cual tenemos una responsabilidad cada vez mayor. A mi generación le han llamado por varios nombres: Generación Y, es decir, los que toman el relevo a la Generación X , o millenials, acepción que ahora está de moda y que me parece simpática, especialmente porque ha sustituido a otros menos amables e incluso crueles, como “generación ni-ni” o “generación perdida”.
¿Generación ni-ni? No, gracias
Eso de “generación ni-ni” siempre me ha molestado. Cuando empezó lo veía como un ataque directo a mi ambiente, en un momento determinado (corrían los peores años de la crisis cuando se puso de moda) en que no debíamos dividirnos ni crear rencillas, sino intentar colaborar y compartir para salir entre todos del atolladero en el que nos habían metido. Empecé la universidad en año 2007, cuando se empezaba a hablar de la crisis detrás de las barras de los bares. En 2011, cuando empecé a “trabajar” de lo mío (lo pongo entre comillas porque no cobraba, de hecho no vería un duro en mi ámbito de trabajo hasta 2014, y mi primer sueldo fue de 175€ mientras hacia un máster que había costado a mis padres 3900€) estábamos en la peor parte de la crisis y el concepto “generación ni-ni” estaba tan de moda que hasta bautizó un sonrojante programa de televisión que caía en tópicos tan facilones como falsos, etiquetando a toda una generación.
Afortunadamente, y en contra de los que puedan salir en Telecinco, mi generación no es ni-ni, de hecho era (es, hasta que vengan los de los 2000), la más preparada de la historia de nuestro país. Hijos de una generación que entendía que la educación era primordial, habíamos recibido lecciones de música, idiomas y deportes desde bien jovencitos y habíamos entendido que debíamos asistir a la universidad. Nativos digitales, fuimos los primeros en empezarnos a relacionar con otros mediante las redes sociales, y empezamos desde niños a usar Internet, a veces olvidando la enorme suerte que es tener todo el conocimiento posible a un clic de distancia. Crecidos en la globalización, fuimos compañeros de aula de chavales inmigrantes, a los que acogimos como parte del grupo, y desde niños empezamos a ver a hombres paseando cogidos de la mano de otros hombres, preguntando a nuestros padres si el amor era algo más que un hombre y una mujer juntos.
Considero que hay muchas cosas de las que estar orgulloso de mi generación, pero con realismo pienso que gran parte de la responsabilidad de estos avances recae en la generación de nuestros padres. Ellos, que crecieron con el tardofranquismo, que vivieron también momentos fascinantes, como la caída de la dictadura y el inicio de la transición, que se mordieron las uñas ante el transistor aquél 23 de febrero del 81 y que un día decidieron que sus hijos merecían tener toda la información del mundo a su alcance. Los que ahora son sénior, los padres de los millenials, son los que nos han hecho ser la generación más preparada de la historia de este país.
Es una cosa que se dice poco, quizás porque no es tan glamouroso o tan interesante como escribir sobre el uso de las redes sociales o la forma de vestir, pero creo que se debería decir más. Por mi propia experiencia y por la de mis amigos, por la sonrisa que ponen al hablar de sus padres, creo que los millenials, al menos los españoles, admiramos a los senior. Nos encanta cuando nos preguntan algo sobre redes sociales, internet o programación básica, porque nos encanta ser guías de aquellos que nos dieron la mano al empezar a caminar.
Los millenials en el mundo laboral: cuando hablar de trabajo produce angustia
Mi generación se va a incorporando al mundo laboral progresivamente. Compartimos con el resto de generaciones la preocupación por el mundo laboral, en nuestro caso acrecentada por la falta de experiencia en ese ámbito y por el contexto económico actual. Hace poco, un conocido de otro continente pero de mi mismo año de nacimiento, me dijo una frase que me dejó pensativa y algo aturdida. Entre cervezas, huyendo del frío de la calle en un bar muy acogedor, nos lamentábamos de lo difícil que tenemos los de nuestra generación para asentarnos establemente en un empleo. Hablábamos de contratos precarios, de poco sueldo, de la ayuda que, a nuestro pesar, todavía nos tendían nuestros padres, cuando dijo “Nunca planeé seguir en esta situación a los 26, siempre pensé que con esta edad tendría un trabajo estable y un piso para mí solo”. No me quedó más remedio que darle la razón.
Después de despedirme de él, me quedé pensando en lo que mi amigo me había dicho. Yo tampoco hubiese imaginado seguir con incertidumbres laborales varios años después de acabar la carrera. Sí que asumí, durante los crudos años de la crisis, que mis primeros meses como licenciada serían difíciles e inestables (aunque en principio una se mete en la universidad precisamente para evitar situaciones así), pero no imaginé que superados los 25 mi situación fuese igual de inestable que a mis 22.
A los millenials nos toca vivir con una realidad que no habíamos imaginado. Es cierto que vivimos mejor y con más lujos que otras generaciones, pero también tenemos que luchar con uñas y dientes por hacer dignas nuestras condiciones laborales.
No me gusta hacer dramas. Me tomo la dificultad laboral a la que nos enfrentamos, a pesar de nuestra preparación, como un reto, no como un gran problema. Soy joven, tengo energía y capacidad para tolerar la frustración, así que no me importa luchar para conseguir lo que quiero. Y tengo la sensación que mientras lucho voy aprendiendo lo que cuestan las cosas, tanto literal como metafóricamente. Así, cuando sea senior, podré contar batallitas a mis nietos sobre la crisis, igual que mi abuelo me contaba las dificultades de la postguerra como si fuese un cuento.
Autora: Raquel Martín Grau
Un comentario
Qué alegría contar contigo Raquel….nada de acuerdo en que los millenials no sois fieles! y claro ni ni….ni hablar!,;-)) Gracias por compartir y por mymarnos!