Para el día del padre publicamos un artículo que nos ha compartido uno de los mejores amigos de mi padre y mi madre Franco Baroni. Grande hombre y grande amigo. Toda una ilusión compartir con vosotros los mymosos su recorridos y su increíble ironía. Para los que podáis, leed el artículo en idioma original porque los chistes, las frases hechas y toda su pasión ha sido complicado traducirla con la energía que transpira de la letra original. Mil gracias Franco, ¡feliz día del padre!.
Después del instituto he pasado 25 años en la Marina Militar italiana (hasta conseguir el cargo de Oficial) y otros 18 en varias empresas, hasta ser responsable de departamento. Un total de 43 años, durante los cuales he tenido varios deberes, encargos y responsabilidades de tipos muy diferentes. Todos y cada uno de los 43 años han estado remunerados con un salario, que me ha permitido ser más o menos, (especialmente a los inicios) económicamente independiente.
Me considero muy afortunado, porque la gran mayoría de estos años me han resultado “divertidos”. Pongo la palabra entre comillas para definirla: llenos de compromiso, motivación, curiosidad, movimiento y satisfacciones. Y con una justa dosis de riesgo. Estoy convencido que lo que debes hacer en la vida, o te gusta o sino debes hacer que te guste. Debes descubrir, incluso en un trabajo mierdoso, cosas que te interesen, te den satisfacción y te permitan mantenerte a ti y a tu familia. Que te “divierta”, en definitiva.
Una vez finalizada mi vida laboral “plena”, había mantenido el puesto en un Consejo de Administración de un centro de investigación aeroespacial y me encasquetaron (con mi consentimiento, claro) el puesto de presidencia de una Asociación de Vecinos. Pasé entre un puesto y otro seis años, retribuídos al mínimo el primero, después de fichar, y voluntariado y gratuíto, el segundo.
Recupero ahora una cosa que había escrito hace tiempo sobre mis andadas por el mundo y que había llamado “Trayectorias”, esas que regulan los hechos que te ocurren.
El último día de mi vida laboral me di cuenta de lo que me iba a caer encima, una etapa muy importante en la que no contribuyes más al PIB, al Producto Interior Bruto. Las reglas de personal en mi empresa eran fulminantes: cuando un empleado cumplía los sesenta, se iba. Punto. Yo, con casi 62 y todavía trabajando, no tenía escapatoria.
Organicé bien la separación entre mi persona y esa empresa excepcional, donde trabajé por 11 años. Vacié la consigna, dejé mi despacho como nuevo, saludé a todas esas personas a las que les tenía cierto cariño. No pasé por el típico ritual de despedida del jubilado porque siempre he considerado ese tipo de manifestaciones como tristes y aburridas. Sin embargo, aprecié muchísimo una pequeña sorpresa que me hicieron mis colegas, con brindis burbujeantes, poesías, dibujos, abrazos y tomaduras de pelo de algunos colegas, a los cuales volví a ver al cabo de unos días, regalándoles una caja de Champagne, mejor dicho dos, ya que una se las dejé en homenaje, Fue bonito despedirse en un ambiente tan alegre.
Había pensado mucho en aquel momento, lo había cocinado y masticado bien para poder tragarlo sin atragantarme. Me ayudó mucho tener en cuenta una consideración fundamental: para todos llega, tarde o temprano, el último día de trabajo. Un día que será también el último día de tu vida si eres tan desafortunado de morirte en el acto. Pero si en vez de fenecer te encuentras, suertudo de ti, en buenas condiciones operativas, a la mañana siguiente tendrás una nueva libertad que te permitirá escoger lo que quieras hacer, ya que tienes todo el tiempo del mundo para hacerlo.
Cuando te liberas de las cadenas inventas, disfrutas. Es verdad que el trabajo, si te gusta, es fuente de satisfacción y a menudo también de riqueza y poder. Es también verdad que todas estas características se pierden de repente y deben ser compensadas por otro lado. Encontrar un equilibrio nuevo y agradable es un poco más difícil que resolver un cucrigrama. Pero si se hace bien, esa vida nueva es muy bonita. Palabrita de “jubilado teórico”, definición acuñada po un buen amigo.
Después de jubilarme, me he abonado inmediatamente a un ciclo de conciertos. He empezado (y en seguida completado) unos cursos para convertirme en sommelier. He recogido varios apuntes que ya había tirado y he escrito sobre mis “trayectorias”. He leído, quizás menos que antes pero escogiendo mejor lo que leía. He viajado, a sitios más cercanos de a los que solía ir antes pero por placer. He disfrutado de la gran compañía de mi mujer, hijas y, años más tarde también de la de mis nietos.
Ahora, a quien me pregunta, “¿qué haces en estos momentos?” con un tono que parece decir “como sobrevives sin trabajar, sin darte cabezazos con el muro o sin llenarte de antidepresivos?” respondo: “disfruto la vida al máximo, dentro de los límites de mis posibilidades.” Lo digo convencido y contento, que es una cosa muy distinta del “estoy contento”, como decía Vittorio Gassman en una famosa película de comedia italiana de los sesenta.>
Franco Baroni
Texto original en italiano / Testo originale in italiano
Dopo il liceo ho trascorso 25 anni nella Marina Militare (fino a ufficiale superiore) e altri 18 in varie aziende (fino a dirigente e capo divisione). Un totale di 43 anni, durante i quali ho avuto una molteplicità di doveri, incarichi e responsabilità anche molto diversi tra loro. Tutti e 43 anni remunerati con uno stipendio, che mi ha sempre reso (più o meno, penso agli inizi!) economicamente indipendente.
Mi ritengo molto fortunato, perché la stragrande maggioranza di questi anni sono stati anni “divertenti”. Ho messo la parola tra virgolette: significa pieni di impegno, motivazione, curiosità, movimento, soddisfazioni. E con una giusta dose di rischio. Io sono convinto che ciò che devi fare o ti piace di suo o devi in qualche maniera fartelo piacere: devi scovare, anche in un lavoro di merda, qualcosa che ti interessi, ti dia soddisfazione e regga in piedi tutta la baracca. Che ti “diverta”, appunto.
Terminato il periodo lavorativo “pieno” avevo mantenuto l’incarico nel consiglio di amministrazione di un centro di ricerche aerospaziali e mi era stato …. appioppato (me consenziente, s’intende!) quello di presidente di un’associazione di zona urbana. Entrambi per sei anni, retribuito (al “minimo”, con il gettone di presenza!) il primo, volontario (e gratuito!) il secondo.
Pesco adesso da qualcosa che avevo scritto tempo fa del mio andare in giro per il mondo e che avevo chiamato “Traiettorie” (quelle che regolano i fatti che ci accadono).
L’ultimo giorno della mia vita lavorativa mi stava venendo incontro in sella a una traiettoria molto importante, quella che porta a non contribuire più al pil, il prodotto interno lordo. La regola interna nell’azienda in cui lavoravo era feroce: a sessant’anni si va via. Giustissimo. A quasi sessantadue non avevo scampo.
Avevo organizzato bene il distacco da quell’azienda eccezionale, dove avevo lavorato undici anni. Passai le consegne, lasciai la mia stanza come nuova, salutai le molte persone che mi erano care. Non offersi il tradizionale ricevimentino di “saluto del pensionato” perché ho sempre considerato tristi e noiose per tutti quelle manifestazioni. Apprezzai invece moltissimo un invito senza preavviso, con “bollicine” poesie disegni abbracci e sfottò, di alcuni colleghi, dai quali tornai qualche giorno più tardi con un mio cartone di “bollicine”, anzi due perché gliene lasciai uno in omaggio. Fu bello salutarsi in allegria.
Avevo pensato da tempo a quel momento, l’avevo cucinato e masticato ben bene per riuscire a inghiottirlo senza strozzarmi. Mi aiutò molto una considerazione fondamentale: per tutti arriva, presto o tardi, l’ultimo giorno di lavoro. Esso sarà anche l’ultimo della tua vita se sarai stato così sfortunato da schiantare proprio quel giorno, al tornio o alla scrivania. Se invece ti ritrovi, te beato, in buone condizioni operative, dall’indomani la tua nuova libertà ti consentirà di scegliere che cosa vuoi fare, avendo il tempo per farlo. Ciascuno si scateni, inventi, gioisca. E’ vero, verissimo, che il lavoro, se piace, è fonte di soddisfazioni e spesso anche, in varia misura, di ricchezza e potere. E’ anche vero che tutto questo viene di colpo perduto e deve essere altrimenti compensato. Trovare un nuovo e gradevole equilibrio è un poco più difficile che risolvere gli anagrammi della “Settimana Enigmistica”. Ma se l’esercizio viene bene quella nuova è una gran bella vita. Parola di “pensionato teorico”, definizione brevettata di un mio grande amico.
Mi sono immediatamente abbonato a una stagione di concerti. Ho iniziato (e in seguito completato) i corsi per diventare sommelier. Ho raccolto vari appunti buttai giù negli anni e ho scritto le mie “traiettorie”. Ho letto, forse
meno di prima ma con migliore scelta. Ho viaggiato, in posti meno lontani di prima ma non soltanto per lavoro. Ho goduto la premiante compagnia di moglie e figlie, e anni più tardi anche quella dei nipoti.
Da allora, a chi mi chiede “cosa fai, adesso?” con un tono come per dire “come fai a sopravvivere senza lavorare e senza sbattere la testa nel muro o riempirti di antidepressivi?”, rispondo: “mi godo la vita al massimo, entro i limiti delle mie possibilità”. Lo dico convinto e contento, che è cosa ben diversa dal “so’ contento”, famosa battuta di Vittorio Gassman, pugile suonato nel film “I mostri” di Dino Risi.
Franco Baroni
2 comentarios
Il modo migliore di vivere la propria vita. Bravo franco
Davvero!;-))) Grazie per il commento!