Autora: Eleonora Barone
El jueves 3 de marzo, junto con divinaTIERRA, celebramos en el Madrid International LAB el evento “Siglo XXI: inteligencia colectiva + creación artística”. Buscábamos reflexionar con y junto a los asistentes y debatir sobre el concepto de arte y artista en un contexto intergeneracional.
El evento contó con la participación de Ángel Baltasar, artista plástico, Merce Luz, Directora de Cultura y Ocio de la Fundación ONCE, Elena González, pedagoga experta en educación artística y arteterapeuta, Bernardo Sopelana, comisario independiente y gestor cultural, y Alfredo Morte, electromecánico, y se dividió en dos grandes partes.
En la primera parte de la tarde pudimos ver dos documentales sobre la creación artística de Ángel Baltasar, centrados en dos de sus obras. Uno de ellos, titulado Friso de la fraternité, incitaba a reflexionar sobre las humanidades y las dificultades a las que se enfrentan las personas con discapacidad (el artista sufre una enfermedad degenerativa que le obliga a ir en silla de ruedas), mostrando una serie de dibujos que forman parte de un friso decorativo colocado en la pared de un hospital. El otro, denominado La torre de la igualdad, mostraba el proceso de creación de una de las obras más ambiciosas del artista; una lámina de ocho metros de largo por tres de ancho en la que se levanta una torre construida con poemas provenientes de gente de todo el mundo. El proceso de creación se podía observar desde un punto de vista subjetivo y original: desde la perspectiva del propio artista y sus colaboradores más allegados.
Ambos documentales se proyectaron sobre la atenta mirada del mismo artista, acomodado de forma que podía observar al público mientras tenía lugar la proyección. Después de la exhibición, Ángel Baltasar explicó que “vivimos en un mundo global donde sin embargo cada vez se levantan más barreras”. Asimismo, reflexionó sobre el ambiente pluridisciplinar en el que se tienen que desenvolver los profesionales hoy en día, en el que se hace más necesaria que nunca la colaboración entre expertos de distintos ámbitos, y definió al arte como “la capacidad de solventar problemas.”
En la segunda parte los ponentes, profesionales de distintas disciplinas y especialidades artísticas subieron al estrado y se celebró un coloquio, moderado por el periodista y documentalista Jordi Gordon, al final del cual pudo participar el público con ruegos y preguntas.
Durante la tertulia se reflexionó sobre el concepto de artista, de arte y de proceso pasando de visiones más románticas a visiones más colectivas y participativas. Se pronunciaron frases muy bonitas como “el arte es un juego”, “no conozco a nadie que no sea creativo” o “el arte se puede hacer porque te da la gana”. Quedó claro que el arte es algo eminentemente subjetivo (ya lo decía Ángel Baltasar, que cuando vio por primera vez El Jardín de las Delicias de El Bosco, con 9 años, no vio lo mismo que cuando lo ve ahora, con 61).
Se definió el arte de diversas maneras: “el arte es un proceso colectivo donde el público se relaciona con el producto”, afirmó el gestor cultural Bernardo Sopelana, mientras que la directora Cultural y Ocio de la Fundación ONCE afirmó que “el arte es un buen medio potencial para solucionar problemas”. Por su parte, la arteterapeuta Elena González afirmó que puede servir para “Conectar con lo íntimo, expresar es casi un derecho”.
Se creó un rico debate basado en la disparidad de opiniones que además tuvo un fuerte elemento intergeneracional, ya que dos de los ponentes de distintas generaciones divergieron entre ellos. El debate tuvo como protagonistas al electromecánico Alfredo Morte, que afirmaba que él no quería estar clasificado dentro del concepto de artista, recalcando que “Cuando uno dice soy artista se le dan demasiadas licencias. A mi me gustaría decir que no soy artista” y Ángel Baltasar, que sí se concebía a sí mismo y al propio Morte, como artista. Para Baltasar, Morte era artista, aunque no le gustase el concepto.
Creo que fue enriquecedor para asistentes del público como yo, que aunque nos gusta, no conocemos el arte de manera profunda ni convivimos con él, oír a cinco profesionales del ámbito debatir sobre lo que significa el arte para ellos.
Como cualquier tipo de disciplina, el arte es muy rico y complejo, aunque la mayoría de personas que estamos lejos del sector pecamos de meterlo todo en el mismo saco, practicando la simplicidad que genera el desconocimiento de la materia. Gracias al carácter multidisciplinar de las actividades de cada uno de los invitados (gestión cultural, arte plástico, electromecánica, arteterapia y trabajo institucional), el asistente pudo valorar las divergencias entre los puntos de vista y entender la complejidad del sector.
Una complejidad que, a mi entender y después de escuchar atentamente el debate, puedo ver que es mayor que en otros ámbitos profesionales. Pondré como ejemplo el mío propio: el periodismo, un sector también muy complejo y multidisciplinar. Yo me dedico a un ámbito muy concreto, el de comunicación institucional en el tercer sector (ONG y derivados), y tengo un hermano que también es periodista pero se dedica a algo enteramente diverso, ya que trabaja como periodista deportivo en una productora siguiendo el mundial de motos. Aunque ambos somos profesionales de lo mismo, nuestro día a día, nuestra forma de trabajar y hasta nuestras aficiones son enteramente distintas, igual que pasa con los asistentes al evento.
Sin embargo, mi hermano y yo tenemos claro los conceptos básicos que sirven de pilares para nuestra labor: la función periodística, la objetividad, la subjetividad, las fuentes, el derecho a la información… si hablásemos sobre eso, nosotros, que además hemos estudiado en universidades distintas, coincidiríamos en casi todo. No sucede lo mismo con los profesionales del arte, que pueden incluso no ponerse de acuerdo en un concepto tan básico como el de artista. ¡Qué complejo se me antoja pues definir conceptualmente la creación artística y el arte desde que asistí al evento!
Desde luego el evento no me dejó indiferente. Creo que cumplió el cometido y, aparte de conseguir mantener la atención de los asistentes durante casi tres horas (se acabó alargando más de lo previsto) empujó al público, ya fuese más cercano o más lejano al arte, a reflexionar sobre dicho concepto. Provocó pues la inteligencia colectiva, en un ambiente multidisciplinar e intergeneracional.