Autoras: Blanca Tello y Eleonora Barone
Ayer salió en El País un artículo que se titulaba “La Administración envejece de golpe” que empezaba diciendo que “la Administración es un reflejo de la sociedad”.
Las imágenes y los datos compartidos por esta tribuna me han recordado un texto que habíamos escrito a cuatro manos Blanca y yo, que se había quedado en una memoria.
Así que lo rescato y lo comparto para profundizar sobre las diferencias generacionales en la administración publica.
<Desde finales de los 70 se ha venido produciendo una transformación total en el esquema productivo de las empresas públicas y privadas. En un principio se implantaron políticas encaminadas a incentivar el abandono laboral de quienes habían alcanzado los 58-60 años. Los trabajadores se acogían a programas de jubilación anticipada que ofrecían una etapa feliz al final de su vida laboral: buenas pensiones, buena salud y unas perspectivas de disfrute vital realmente envidiables.
Con el comienzo del nuevo milenio los responsables laborales se dan cuenta de que esta situación es insostenible. La esperanza de vida ha aumentado, el número de cotizantes a la seguridad social ha disminuido, ha sobrevenido la crisis económico-financiera y resulta imposible mantener el régimen de pensiones existente en el futuro. Se hace necesario aplicar políticas que alarguen la vida laboral e incrementen el empleo entre los mayores.
Se acabaron las prejubilaciones, las gratificaciones por jubilación, etc. y se endurecieron las condiciones para conseguir una jubilación antes de la edad prevista, alargándose el plazo de contribución necesario para conseguir una jubilación completa.
Esta nueva situación ha generado una cierta frustración en el colectivo de “funcionarios mayores” que ya acariciaban la tan ansiada situación de jubilados y que se ha sumado a otros factores de desencanto que experimenta el colectivo de funcionarios públicos. No puede olvidarse que en los últimos años los funcionarios han perdido más de un 20% de poder adquisitivo debido a la congelación de sus salarios, la supresión de una paga extraordinaria y otras actuaciones gravosas para este colectivo.
Paralelamente ha cambiado el perfil formativo de los empleados públicos, pudiéndose generar fricciones entre los empleados de diferentes generaciones.
Los funcionarios municipales que actualmente tienen más de 55 años pertenecen a un sector poblacional que, hace 40 años, buscaba un puesto de trabajo seguro, peor remunerado que el correspondiente en la empresa privada, pero que garantizaba una seguridad para toda la vida. La mayoría no tenía en ese momento estudios universitarios aunque muchos de ellos los cursaron siendo ya funcionarios; a veces entraban como interinos, apoyados en amistades y familias, y posteriormente accedían al funcionariado a través de oposiciones restringidas.
En cambio los funcionarios municipales más jóvenes han accedido a su trabajo por vías diferentes. Muchos de ellos son universitarios que, al no encontrar un puesto de trabajo acorde a su nivel de formación, optaron, mediante unas oposiciones, a unas plazas que no requerían tan alta formación (grupos C y D, por ejemplo), renunciando a trabajos con creatividad en los que habían soñado. En esta situación se produce un primer grado de frustración y un cierto desdén hacia los funcionarios mayores sin formación superior.
Por un lado entonces, parte de los funcionarios “mayores”, tras años y años en el mismo puesto de trabajo, se sienten desmotivados, cansados, frustrados. No existen incentivos para los buenos trabajadores, para la gente con ideas innovadoras, ni castigo para los conformistas, para los incumplidores, para los negligentes. Por suerte existen otros funcionarios que todavía mantienen la ilusión, las ganas de mejorar sus aportaciones, el deseo de transformar la función pública hacia una gestión moderna, transparente, vinculada al ciudadano. Son funcionarios que están convencidos y orgullos de la condición de “servicio público” de su trabajo. Sin embargo, en muchos casos, para desarrollar sus propósitos encuentran un muro construido sobre el inmovilismo y la jerarquización de la administración pública: jefes que no quieren cambiar nada, que no admiten el diálogo, estructuras que no permiten la flexibilidad, compañeros que ven con malos ojos cualquier iniciativa.
Por otro lado, los funcionarios “jóvenes” están deseando superarse y saltar a puestos de mayor responsabilidad y mejores sueldos. Muchos de ellos consideran su actual trabajo como una situación transitoria, de paso, ya que lo que hacen muchas veces no les satisface. Así pues nos encontramos ante un colectivo mayoritariamente insatisfecho de su trabajo aunque por razones muy distintas.
Tanto las diferencias en la formación, en la edad y en las expectativas, como el aumento progresivo de los empleados mayores, hacen que sea urgente detenerse a entender de qué manera estas diferencias puedan ser puestas en valor para un mayor bienestar personal y colectivo. Asimismo no podemos minusvalorar tampoco la importancia de entender los deseos y las necesidades de las personas de más edad que en breve constituirán la mayoría de las plantillas en las organizaciones. >