Leopoldo Abadía, Cómo hacerse mayor sin volverse un gruñón, Espasa Libros, Barcelona 2014
hacerse viejo no es obligatorio
Ser mayor no es fácil de explicar. Ser mayor es ser una persona con experiencia. Un viejo o un abuelo no son palabras ofensivas. Presumir de ello es fenomenal. (pág. 206)
¿Qué quiere decir ‹‹cerrar la tienda››? Quiere decir no abrirla cada mañana y no cerrarla por la noche. No atender a los clientes. No renovar el género. Añorar el tiempo pasado ‹‹Cuando yo tenía una tienda…››. O sea, tomar la decisión de hacerse viejo. Decisión irreversible. Porque cuando uno se hace viejo, se hace viejo. Punto. […] Hay quien dice que si no te haces viejo a los ochenta, cuándo te vas a hacer. ¡Como si fuese obligatorio! Y no los es. Por fuera, sí. Es que vienen los años y se amontonan, uno detrás de otro. Pero por dentro, no. Porque se puede ser joven con carcasa de viejo, lo mismo que viejo con carcasa —falsa— de joven. Inaguantable. Por eso me encanta lo vintage. (pág. 28-29)
seguir estudiando y seguir trabajando
Tengo que estudiar, porque yo, que hablo mucho, tengo más peligro de decir tonterías que el que sea muy callado. […] Para decir cosas hay que tener argumentos. Para tener argumentos hay que leer, hay que situarse —dominar todas las cartas del asunto— y para ello hay que echar horas leyendo y discurriendo. […] Hay que aprender a discurrir. (pág. 51-52)
El viejo, por tanto, debe hacer aquello que dijo Míchel: saber leer el partido. Debe saber cómo funciona el mundo actual y juntar ese conocimiento con su experiencia vital. (pág. 146)
Y tantos años en mi historia, tantas historias vividas, tantos amigos, tantos clientes, tantos colegas…, o sea, tanta experiencia y tanto vivido no pueden desaparecer de un plumazo porque me haya hecho mayor. No solo es erróneo, sino que sería injusto para los demás, para los que me escuchan, me quieren o están a mi lado. Es un tema de memoria histórica.
Debo seguir trabajando a mis ochenta y un años. Aunque sea de otra cosa. Aunque sea escribiendo ideas, mi vida o pasando el tiempo coleccionando mis botellas de cerveza o mis tapones de corcho de botella de vino. Aunque sea dedicándome a los demás. Aunque sea trabajando para facilitar la vida la gente. Aunque sea aconsejando, solucionando u ofreciendo mis habilidades. Soy viejo y he trabajado toda la vida. Debo seguir trabajando, aunque mi trabajo sea diferente. Como yo. (pág. 77)
no vale enrollarnos como persianas
Saber ocupa tiempo y espacio. Lo del espacio lo sabíamos ya, aunque lo del tiempo no lo tenemos tan claro. Pero en los viejos se nos nota más. Necesitamos muchas horas para contar lo que sabemos. Necesitamos que alguien nos deje su tiempo para escuchar todo lo que tenemos que decir. Y si nos dan la oportunidad y nos vamos por la ramas, lo hacemos; es un ejercicio muy sano. Sorprende mucho hacia dónde nos llevan esas ramas. Sin embargo, los viejos también debemos moderar eso. Ser mayor no nos da derecho a enrollarnos como persianas. […]
El secreto es siempre la moderación. Muchas veces valemos más por las preguntas que nos quieren hacer que pos las cosas que soltamos sin venir a cuento. (pág. 44)
la elegancia y el saber estar
La elegancia no viene dada con los años. Ni el saber estar. Ni la educación. Yo he visto viejos muy mal educados a sus ochenta años. He visto algunos que creen que pueden decir todo lo que quieran, aferrándose al ‹‹Como soy muy mayor nadie me puede faltar el respeto››. No, majo, no. A los ochenta tienes que ser un ejemplo. Más aún. A ver, tengo la teoría —poco fundada— de que el maleducado de joven lo es de viejo, si no ha hecho esfuerzos por formarse y saber estar. […] Pero está clarísimo que el viejo que sabe estar se gana al público con ovaciones. […]
El viejo debe saber estar, no ser un ‹‹adulescente›› —sí con ‹‹u››—: ser adulto pero vestirse como si fuera joven, y demostrar que su juventud es mental. Y asumir, con esa elegancia que lleva a la dignidad, que su papel es suyo y no el que le impongan los demás. (pág. 95-96-97)
la globalización de la decencia
Los mayores, los viejos, los abuelos, la tercera edad… tenemos una altísima responsabilidad en la globalización de la decencia. Porque tenemos la experiencia, quizá nos falla un poquico la efervescencia y el entusiasmo de juventud, pero tenemos las canas, que nos convierten en referentes. Es la demostración de que podemos llegar hasta aquí siendo decentes. […]
Y se da por supuesto que, en su momento, nos equivocamos, cometimos errores —incluso grandísimos errores— y la vida nos dio la oportunidad para rectificar y remontar, y pagar nuestra deuda con la sociedad y llegar al día de hoy para ser referentes de los jóvenes. O incluso puede ser que la vida nunca nos ofreciera esa segunda oportunidad y que estemos esperándola todavía. Y quién sabe, tal vez esté a la vuelta de la esquina agazapada. La responsabilidad del viejo en la educación de los jóvenes es total. Por lo vivido, sobre todo, y porque, no nos engañemos, lo que nos ocurre una primera vez, ya le sucedió antes a otro. (pág. 118)
la libertad y la responsabilidad social
La libertad tiene que ir acompañada —no solo acompañada— de responsabilidad. O sea, yo hago lo que quiero, pero eso que hago es responsabilidad mía. Para ser responsable tengo que hacerme mayor, no es edad, sino en hombría de bien —lo de ‹‹hombría de bien›› sirve para las mujeres, como es natural—. […]
Yo, solo yo, no puedo ser un ente que ni discurre ni piensa, ni estudia, ni na. Porque eso es un insulto grave a los que discurren, piensan, estudian y votan, y se ponen para votar en la misma cola que tú. Es decir libertad + formación + responsabilidad + decencia = señor/a de quien te puedes fiar y que contribuye a que su pueblo, su comunidad autónoma y tu patria tiren para adelante. Te tendrás que apoyar en otros, como es natural. La formación es algo que se transmite, porque unos hicieron esfuerzos para adquirirla y son tan buenas personas que no se la quieren guardar para sí mismos. Una vez que tengas formación pasarás a formar parte de los que, como saben y son buenas personas, ayudan a los demás. (pág. 139-140-141)
Ser libre para decir lo que quieras. Aunque un viejo esté más limitado, o completamente limitado, la libertad interior es solo tuya. (pág. 207)
la importancia del equipo
[…] la vida vivida es la vida vivida. Y el equipo es probablemente lo que te haya hecho vivirla de ese modo. Aclaro que el equipo es, principalmente, el marido o la mujer del viejo. Pero en el caso de que por lo que fuera no hubiese habido marido o mujer del viejo, este seguro que tendría los amigos, parientes o conocidos que formarían también parte de su equipo.
Pues eso, que sin el equipo no hay historia de amor, ni romance, ni amistad, ni parentesco ni un ‹‹nosotros, ¿qué éramos?››, como decía el viejo del chiste de Quino. Que no hay espejo en el que reflejarse. Que no hay testigos de que aquello que cuentas ocurrió. Que sin equipo no tienes un público fiel que te escuche o que haga que te escucha. Que nadie te recuerda que en tal o cual historieta o batallita cada año exageras un poquito más, y en donde antes decías que saltaste una zanja de cinco metros cuando te perseguían en la guerra, con el paso de los años la zanja pasó a tener siete metros y así hasta llegar a los quince ‹‹sin exageración››. Nadie se lo cree ya, pero tú y tu equipo incluso lo visualizáis.
Y cuando el equipo no esté, o tus hijos ya se hayan ido de casa —obviamente, si hablamos de gente vieja lo normal es que sus hijos ya se hayan marchado a hacerse viejos con sus respectivos equipos— o cuando te entre nostalgia porque has rescatado del incendio una foto en la que salías vestido de príncipe del colegio por las estupendas notas que sacaste, cuando llegue este momento, deberás echar mano del equipo que has tenido y de los logros conseguidos. Es la mejor herramienta para seguir creando tu historia. (pág. 86-87)
Que es por tu historia y por tu equipo por lo que la gente te tomará en serio, te respetarán y te podrán tener de referencia. (pág. 91)
el tiempo en nuestras manos
Según lo que quiera decir ‹‹aprovéchate››, lo del carpe diem puede ser una preciosidad de frase o una estupidez. Lo del bailao me suena a egoísmo.
Carpe diem como estupidez me recuerda al ‹‹Comamos y bebamos, que mañana moriremos››; otra tontada si la dice una persona, y lo normal, si la hubiera dicho mi perro Helmut.
Carpe diem como preciosidad quiere decir que hoy voy a trabajar a mi aire, que no es al aire de ayer ni el aire de mañana; que hoy voy a sonreír, aunque no me apetezca y poniendo cara de que me apetece mucho; que hoy voy a servir a los demás o dejarme servir por ellos; que hoy se va a estar bien conmigo en casa, en el bar, en la pista de tenis o en un banco viendo a cómo los más jóvenes —setenta y cinco-ochenta y cinco años— juegan a la petanca. Si es así, ¿bendito carpe diem! Si es lo del comamos y bebamos me parece una manera de malgastar, a veces tontamente y, por supuesto, egoístamente, los años que me quedan. (pág. 127)
recomenzar
Me parece que me he pasado la vida recomenzando. […] Porque se trata de eso: de proponerse honradamente volver a recomenzar. Todos recomenzamos un poco todos los días. La mayoría procuramos ser horadamente buena gente, intentando arreglar los desarreglos. (pág. 79)
sin complejos pero con humildad
[…] siempre, jóvenes y viejos, cuando se nos pregunta qué tal estamos hemos de entender que eso es una fórmula de cortesía, no una solicitud para que, de una manera detallada, expliquemos el estado de nuestra cabeza, de la artrosis, del insomnio y de los fallos del marcapasos, al que pronto habrá que cambiar las pilas. (pág. 125)
Si consideras que las limitaciones son eso, limitaciones, y que todos, niños, jóvenes y viejos, las tenemos, intentarás sacar el mejor partido posible de ese trozo de vida que te queda. […] Si aceptas todo eso con alegría no hará falta que nadie te recuerde lo de la humildad. Porque la humildad es la verdad, ni más ni menos. O sea, si soy feo, consiste en aceptar que lo soy y no decirle a la chica con la que empiezo a salir:
—Como soy tan feo… […]
La humildad, cuando tienes ochenta años, quiere decir que ya se sabe que un día estás muy simpático; otro, un poco menos; unos días te encantan los nietos; otros estás hasta el gorro de ellos… Lo normal. Y aceptarlo quiere decir que no hay que hacer un drama de los distintos estados de ánimo, que, según cómo se produzcan, pueden hacer que el viejo y su familia se partan de risa. (pág. 125-126-127)
ayudar
Una actividad que ayude a los demás. Copio: ‹‹Esto tiene dos ventajas: la primera, que ayudas a los demás. La segunda, que te ayudas a ti mismo, porque, cuando te haces mayor, corres el peligro de irte volviendo egoísta, pensando constantemente en ti y en tus males y olvidándote de los demás, o, peor, haciéndoles la vida imposible, con tu amargura y tus tontas exigencias››.
Para terminar de copiar(me): que a los ochenta-noventa años, si empezaste a los sesenta, puedes llevar veinte-treinta años de ‹‹una vida apasionante, que te ilusione a ti y que haga que tus hijos piensen que desde que mamá y papá se hicieron mayores, cada vez se está mejor con ellos. Que tus nietos presuman de sus abuelos, que tuvieron —y siguen teniendo— una vida fenomenal. Que tus amigos se encuentren menos solos. Porque hay una persona de su edad que se preocupa por ellos. O sea, una gozada››. (pág. 164)
aunque cueste
¡Claro que cuesta! Cuesta cuando eres niño, cuando eres joven, cuando eres una persona madura —le llaman así—, cuando eres viejo. […] trabajar, cuesta. Y a medida que uno se hace mayor y todo le parece trabajo —quizá lo es—, todo cuesta. Cada día más.
Cada día más, por las limitaciones. (pág. 164-166)
Todo cuesta en esta vida, Y hay gente que a los ochenta años aún no se ha enterado de en esas cosas pequeñas está el heroísmo. Cosas pequeñas y aparentemente despreciables, pero que hechas con cariño se convierten en maravillosas y, a lo mejor, hacen la vida cómoda a los demás. (pág. 174)
Mi obligación es hacer la vida más fácil a los demás. Aunque cueste. (pág. 209)
legado
[…] es fundamental que los viejos que somos viejos entendamos que ‹‹ser viejos›› no es más que ‹‹ser nosotros›› en esta fase de la vida. Y que lo que hagamos solo se podrá recordar de una manera: en la cantidad de cosas buenas que hayamos hecho para que otros puedan beneficiarse de nuestras acciones. Aunque sea única y exclusivamente ayudando a los demás. Aunque sea de forma anónima. Ese es el legado. Eso es lo que nos convertirá en recuerdos anónimos perdurables. (pág. 198)
Todo este largo texto no os desanime a comprar el libro. Recomendable y a parte de interesante, muy divertido. http://www.leopoldoabadia.com/
Me olvidaba de poner una frase que me hizo mucha gracia, y más dicha por una persona mayor:
‹‹La pirámide demográfica (traducido al castellano: hemos decidido no tener hijos y los viejos no se mueren ni a tiros).››
Y menos mal —añadimos—, así nos podemos beneficiar de la sabiduría y la experiencia de los mayores. ¡Cuanto más tiempo mejor!
3 comentarios
Me ha gustado mucho la lectura de este texto al que he llegado desde la recomendación de geroblogs. Trabajo en el campo de la atención a mayores desde hace unos cuantos años, actualmente mantengo un blog sobre atención a mayores, un portal de internet que ayuda a personas a encontrar una residencia de tercera edad adecuada (Inforesidencias) y me dedico también ha dar clases y conferencias sobre estas cuestiones. La lectura del texto me ha hecho pensar en unos cursos de preparación para la jubilación en los que participo y en los que se intenta hacer pensar a la gente que está a punto de jubilarse en los cambios a los que se va a enfrentar y en cómo las herramientas para afrontarlos las tienen ya en su interior. Creo que la lectura de este post puede ser de ayuda y, a partir de ahora la recomendaré. Saludos cordiales. Josep de Martí
Muchas gracias. El libro de Leopoldo Abadia es recomendable y procuraremos escribir más artículos sobre el tema. Para emprender no hace falta montar un negocio…hace falta preguntarnos qué queremos ser de mayores, cuál es nuestro objetivo vital y qué nos gusta y qué no! Muchas gracias por comentar y compartir.